Miguel Ángel Almodóvar
Caro y barato son conceptos abstractos que siempre remiten a una escala de valores, capacidades, necesidades, modas y percepciones cambiantes de cada individuo situado en un tiempo determinado. Dicho más en sencillo, barato sería aquello en lo que la relación entre el valor recibido y el precio pagado es alta y caro en la que esta es inferior.
Para aclarar o aumentar el embrollo, el dicho popular sostiene que “lo barato siempre sale caro”, aludiendo a que comprar artículos, servicios o mercancías de bajo precio, baratos y de inferior calidad, suele generar costos más altos a medio y largo plazo.
En cualquier caso, lo cierto es que definimos caro o barato siempre en relación con otra cosa o producto parecido, y en esto hemos entrado desde hace un tiempo y en la comparanza entre el aceite, zumo de la aceituna obtenido, y las grasas de semillas, fundamentalmente la del girasol.
Cierto es que en los últimos años hemos asistido a una subida muy considerable del precio del aceite (abstengámonos de nominar así a lo que no procede de la aceituna), ya que entre marzo de 2019 a marzo de 2024 éste se incrementó en cerca del 114%. Este alza de precios se explicaba por la sequía de casi cuatro años, por el impacto de la guerra de la OTAN contra Rusia, y, por la especulación en la cadena que va desde el productor al consumidor. Tal incremento ha hecho que algunos consumidores le den la espalda al aceite y opten por otras grasas más baratas, fundamentalmente por la de semilla de girasol.

El caso es que, en el inicio del periodo, marzo de 2019, la media de consumo de aceite era de entre 7 a 8 litros por habitante y año. En 2020, con el confinamiento por la pandemia de Covid-19, el consumo se disparó hasta casi 12 litros, pero al año siguiente empezó a descender de manera significativa. En 2021 bajo a 7,72; a 7,26 en 2022, y a 6,11 en 2023.
Queremos suponer que el haber fijado en su momento el IVA en el 0% y el anuncio reciente de cosechas considerablemente superiores a las de los últimos años, hará que se modifique al alza esa ridícula cifra de poco más de 6 litros de aceite de oliva por habitante y año.
Porque estamos hablando de una maravilla nutricional y de un buen equipado botiquín de salud, que, entre otros salutíferos aportes, evita las enfermedades cardiovasculares, reduce el riesgo de cáncer, mejora y conserva la salud del cerebro, ayuda al sistema inmunológico, tiene propiedades antiinflamatorias que combaten el dolor, es fundamental a la hora de mantener una microbiota intestinal saludable, reduce el colesterol, y previene la diabetes tipo 2.
Pero dice la ignorancia popular que el aceite, y especialmente el Aceite de Oliva Virgen Extra, AOVE, es caro. Vayamos al detalle con un par de ejemplos.

Una tostada de pan con buen aceite de oliva viene a costar unos 20 céntimos de euro, mientras que otra con aguacate sale por 2 eurazos, a lo que habría que sumar la dramática desertización que en los campos hispanos está produciendo la Persea americana, que por cada unidad se bebe unos 400 litros de agua. Luego consideremos por un momento que una botella de ¾ de litro de buen AOVE sale bastante más barata que dos cubatas de garrafón de melón.

De manera que, parafraseando al gran pintor Joaquín Sorolla con la pesca, aún dicen que el AOVE es caro.